Se veía venir (Mikel Arana)

Sucede en las crisis muy largas que, en ocasiones, se nos acaba olvidando el motivo que la propició. Transcurrido un periodo de tiempo lo suficientemente largo dejamos de mirar la luna para acabar mirando el dedo. Ocurre así en las crisis de pareja, en las familiares, en las de la cuadrilla y, para que negarlo, en las políticas también y eso deberían saberlo bien quienes se enfrentan a ellas.

Lo que empezó siendo un problema en las puntuaciones de determinadas plazas concretas de la OPE de Osakidetza, acabó siendo un busca y captura al consejero Jon Darpón, que, finalmente ha tenido que desdecirse de sus declaraciones previas y presentar su dimisión, aunque ya no se sepa muy bien por qué.

Lo malo del refranero, como en los tópicos, es que, aunque no acierte del todo, suele llevar parte de razón, y aquel “cuando el río suena agua lleva” para muchos acaba siendo Ley. De ahí que cuando algo que era un rumor clamoroso, la ventaja de determinadas personas en la OPE de Osakidetza, se convierte, en algunas plazas, notario mediante, en una realidad, se debía haber afrontado la cuestión como un verdadero problema y no como un pequeño incendio que se acabaría sofocando solo.

He ahí, al menos desde mi punto de vista, la verdadera causa de lo que ha llevado a la dimisión/cese de tres altos cargos de Osakidetza encabezados por el mismísimo consejero;empeñarse en negar algo que tenía todo la pinta de haber sucedido y además ofenderse en el viaje.

Hubiese sido más razonable afrontar el hecho de que algo había pasado en aquellas plazas en las que los resultados se predijeron con exactitud y ponerse de inmediato a investigar, que apelar a la intachable honradez de un colectivo tan numeroso como el de todos y cada uno de los participantes en esa OPE.

Más aún cuando a medida que fueron avanzado las semanas se empezó a variar levemente la versión y, como mal menor, se dieron por buenas las dimisiones de la directora general de Osakidetza y el responsable de Recurso Humanos de la entidad, pero afirmando que esas dimisiones en ningún momento podían poner en tela de juicio su buen trabajo y honradez.

Si tanto a María Jesús Mugika como a Juan Carlos Soto se les aceptaron sus dimisiones por su responsabilidad política y no porque tuvieran ninguna relación con las presuntas filtraciones, la pregunta era obvia: ¿dónde acaba la asunción de responsabilidades políticas? O dicho de otra manera, ¿es más responsable, políticamente hablando, la directora general que quien ha decidido nombrarla?

Si respondemos con honestidad a estas preguntas muy probablemente dejaremos de apelar a la insaciabilidad, ánimo de venganza y electoralismo de la oposición y podremos ponernos a pensar en cómo afrontar este tipo de macroconcursos públicos con todas las garantías por más que en el viaje alguien acabe rasgándose las vestiduras porque ello pueda implicar no ser extraordinariamente escrupulosos a la hora de respetar el principio de inocencia.

Todo ello sin ignorar, ni por un minuto, que la debilidad parlamentaria del Gobierno vasco, la época preelectoral en la que nos encontramos y el todavía indisimulado malestar del PP por la moción de censura a Rajoy -ojo, también por razones políticas-, constituían una tormenta perfecta para acabar dejando caer al consejero Darpón.

Ahora bien, llegados a este punto, por más que los próximos meses nos auguren una subida de la tensión dialéctica, hasta que los partidos se jueguen los cuartos ante la ciudadanía y emitamos nuestro veredicto en las urnas, no veremos la verdadera dimensión del malestar del Gobierno y si la indignación de la oposición lo era tanto.

(Deia)