A la atención de Mario Vargas Llosa
Aquí se subraya la imposibilidad de plantearnos la pregunta sobre la identidad sin que se involucre de inmediato la lengua materna, pues su aprendizaje nos marca en lo más profundo, nos da infancia y en consecuencia nación y, diría Freud, destino
¿Quiénes somos? Esta cuestión, que resurge en estos días a causa de la controversia desatada por la historia de la Conquista y el destino de las poblaciones originarias de Tenochtitlán, es del mismo orden que la interrogación planteada por Hamlet: “To be or not to be.” Shakespeare no la inventó. Pregunta más antigua, anterior a su época, puesto que ya podía ser escuchada en los cantos de Homero: “¿Quién eres tú, extranjero?” Tal es la primera palabra del diálogo homérico cuando dos personajes se encuentran, se observan, se hacen frente.
¿Quién soy? Son las primeras palabras con las cuales algunos autores abren su obra. Montaigne no se planteaba otra cuestión: sus famosos Essais prolongan y repercuten la misma interrogación página tras página. Es también la primera frase de André Breton, quien abre el relato de Nadja con esta brutal interpelación: “Qui suis-je?” Aún más cercano a nosotros, El laberinto de la soledad, de Octavio Paz no es acaso sino la angustiante búsqueda de una respuesta al enigma planteado.
Ser alguno, ser alguien, es acaso poseer una identidad. El escritor Mario Vargas Llosa, en su reciente intervención durante el octavo Congreso Internacional de la Lengua Española en Argentina, reconoce una evidencia: desde su infancia habla español y escribe sus libros en este idioma, a pesar de no haber nacido en Madrid o Valencia, sino en una tierra lejana a España, al otro lado del Atlántico, donde la lengua española se impuso y se propagó después de la Conquista. En otras palabras, reconoce que existe para cada individuo eso que, en lenguaje corriente, se llama una lengua materna. Esta relación con la maternidad, por compleja o dolorosa que pueda ser, como señala Octavio Paz cuando describe la figura de la Malinche, cuya sombra ilumina con sus palabras, lazo tan fuerte como el de la sangre, marca la identidad de cada ser humano. Somos la lengua que hablamos. Hablamos la lengua que oímos hablar a mamá desde que pudimos escucharla de su boca. No hay dejo alguno de desprecio hacia quienes hablan otra lengua que pueda oscurecer o ensuciar esta identidad radical. Menos aún podría verse pervertida por el mínimo asomo de racismo. Ser mexicano, español, francés, ruso o inglés, importa poco. Lo que nos da una identidad no es un pasaporte, ni el color de la piel, es la lengua que cada quien habla o escribe.
¿El mexicano habla todavía la lengua azteca o la maya? Podría responderse que aún existen grupos indígenas, así sean minoritarios, que hablan sus lenguas originarias. Pero desde el triunfo de Hernán Cortés y la Conquista, los vencedores impusieron su idioma a la mayoría. Nadie mejor que Fernando Benítez podía contar “La ruta de Cortés” y las peripecias de la guerra de conquista, tal como tuvo la generosidad de hacer el relato a Jacques Bellefroid en regalo de bienvenida a México y de amistad entre espíritus fraternales. El “hermanito”, con que se dirigía a sus amigos, Fernando lo tradujo para Jacques canturreando “petit frère Jacques, dormez vous?, sonnez les matines! Ding dang, dong”, celebrando con una gran sonrisa su hallazgo musical. José Emilio Pacheco se expresaba en español para platicar con Bellefroid, mientras su amistoso interlocutor le respondía en francés. Se comprendían muy bien en esta forma. José Emilio escribió algunas bellas páginas publicadas en la revista Proceso sobre Le voleur du temps (El ladrón del tiempo), novela de Jacques traducida al español, y Bellefroid tradujo y publicó en francés Las batallas en el desierto. Sin duda alguna, el intercambio es más valioso que la conquista. Pero la Historia es trágica, y no son los poetas los más responsables. En cuanto a los jefes de Estado, son sin duda dignos de su función sólo quienes comprenden que el intercambio es superior a la guerra.
El español hablado en España, ¿es el mismo español que se habla en México o en Argentina? Sí y no. El mismo y otro. A semejanza de las pinturas en las iglesias de nuestras tierras, donde surgen los rostros de los viejos ídolos entre los rasgos de los santos católicos, en el español del continente americano sopla otro espíritu. Eso que se conoce como el espíritu de la lengua. Su esencia. La que corresponde a la realidad de donde surge. ¿Pedro Páramo habría podido ser escrito en el español de España? No, Pedro Páramo está escrito en el español mexicano.
Acaso sucede con la conquista como con el amor o la amistad. Experimentar estos sentimientos no es quizás sino sentir atracción por una persona distinta a uno. Esta forma de conquista y unión es sin duda la más bella inventada por la especie humana. Al contrario, la que pasa por el combate y la victoria de un campo sobre otro divide al mundo en vencedores y vencidos, en opresores y oprimidos. Quizás, última trampa del destino, el gran peligro de ver también vencidos a los vencedores entre los sobrevivientes. Es lo trágico de la Historia. Desde sus principios. ¿Y hasta cuándo?
(La Jornada Semanal, La Jornada)