Mariana Brito Olvera es ensayista y licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Fue becaria en la Fundación para las Letras Mexicanas. ha publicado en 'Tierra Adentro', 'Marabunta' y 'Sonámbula', entre otras revistas
Breve y certera mirada a la otra faceta del gran Libertador, la del hombre profundamente ocupado y preocupado por dar continuidad, con originalidad creativa y mediante la educación y la reforma política, al gran proceso que exige la independencia más allá del momento culminante de su declaración tras la lucha armada
"Ni calco ni copia, sino creación heroica" (José Carlos Mariátegui)
Después de doscientos años, todavía seguimos mirando demasiado al norte, demasiado al otro lado de las aguas. Mientras el presente estalla ante nuestros ojos, mientras miramos nuestros rasgos amulatados, aindiados, en el espejo, aún queremos ser otros, ser otras.
Se cumplen doscientos años del otro Bolívar. No del Bolívar de a caballo y espada en medio de la guerra, no del Bolívar que planea estratégicamente por qué zona entrar para vencer a los españoles. Estamos hablando del otro Bolívar, de aquel que, una vez proclamada la independencia, se preguntó cómo gobernar. De aquel que fue declarado jefe supremo y que, una vez que se enfrentó a la heterogeneidad de nuestros pueblos, continuó preguntándose cómo gobernar.
Nos encontramos ante el libertario que, después de hombre de hierro, se presenta a sí mismo con la humildad propia de los grandes, como “vil juguete del huracán revolucionario”, como una “débil paja” en medio del vendaval. El Discurso de Angostura es la reflexión del revolucionario que enfrenta su ideal a la realidad concreta. Lejos de tratar de amoldar las circunstancias sudamericanas a lo que otras naciones realizaron para hacer de su pueblo un pueblo libre, o de intentar imponer lo que la teoría política extranjera declara, Simón Bolívar hace un esfuerzo por contextualizar la forma de gobierno de Venezuela. Esta necesidad de apropiación de las teorías provenientes del exterior y de invención de teorías propias es la misma que esbozaría a finales de esa centuria José Martí, en Nuestra América, al decir: “Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria” y “la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación”.
Pero si Martí es uno de los más enfáticos en el tema, el debate sobre lo original en la región atraviesa todo el siglo XIX y podemos rastrear sus premisas desde mucho tiempo atrás, enunciadas también por el antiguo maestro de Bolívar, Simón Rodríguez: “La América no debe IMITAR servilmente, sino ser ORIGINAL.” El Libertador se une a esta lista de pensadores de la originalidad, y piensa este valor en términos políticos:
“¿No sería muy difícil aplicar a España el Código de libertad política, civil y religiosa de Inglaterra? Pues aun es más difícil adaptar en Venezuela las leyes de Norteamérica.”
Bolívar lee la teoría política con ojos nuestroamericanos: en función del país, el clima, el terreno. No desprecia el pensamiento proveniente del exterior, pero se aleja de la imitación servil, lo que hace de su interpretación de la realidad americana un acto descolonizador.
Sin embargo, la realidad es tan compleja que a veces Bolívar parece angustiarse: ¿Cómo mantener el movimiento independentista con vida? Porque si algo se entiende en este discurso es que la independencia de un pueblo es más que la fecha de su declaración: es un proceso. Después de las numerosas turbulencias vividas a partir del inicio de los procesos independentistas, vemos a un Bolívar en busca de equilibrio, como con temor de que todo lo construido se desvanezca de pronto y no sea más que arado en el mar o sembrado en el viento. El Libertador reflexiona, estudia, lee, interpreta y a partir de esto ve la necesidad de reformar el gobierno venezolano.
Pero si Bolívar ve en las leyes un elemento fundamental para la transformación de la sociedad, también sabe que no basta con eso para lograr un cambio profundo. “Nuestras manos ya están libres, y todavía nuestros corazones padecen de las dolencias de la servidumbre”, escribe. Todavía hay “hábitos de dominación” arraigados profundamente en la médula de nuestros pueblos y para ello es necesario un programa de largo y profundo alcance: es necesaria la educación popular, “para que se purifique lo que se haya corrompido”.
“Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”, afirma. A partir de ello, podemos ver que la educación es pensada como un modo de transformación de las estructuras de dominación de la sociedad, pero también tiene la función de crear hombres y mujeres críticas, capaces de poder decidir por sí mismas y por sí mismos. Es decir, la educación tendría que desarrollar desde la niñez un sentido de la democracia, una democracia crítica, realmente participativa, activa.
La educación a la que le apuesta Bolívar es una educación emancipadora, que nos forme para “la libertad, para la justicia, para lo hermoso”, tal como le había escrito Bolívar a su maestro Rodríguez en una carta. Una educación que no nos enseñe a obedecer ni a imitar, sino a soñar, a imaginar, a actuar.
“Empezad vuestras funciones; yo he terminado las mías.” Así cierra el Discurso de Angostura. El mensaje tuvo un receptor específico en ese momento. Sin embargo, hoy en día, esa frase se dirige a todos. La gran utopía americana que soñó Bolívar aún se está construyendo, y mientras eso sucede, su pensamiento seguirá vigente. Hasta que nos miremos al espejo y nos guste lo que veamos.
(Mariana Brito Olvera, La Jornada Semanal, La Jornada)