Fracaso, ¿de quién? (Miquel Roca Junyent)

La investidura no ha fracasado; ha sido, una vez más, la política la que lo ha hecho; y no sería tan difícil arreglarlo; es un problema de voluntad y de responsabilidad

Muy curioso: ¡la derecha española lamenta y denuncia que Pedro Sánchez no haya hecho un gobierno con Pablo Iglesias! Es decir, se lamenta y se considera negativo para el país no tener un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos que, en tér­minos europeos, ¡sería considerado un gobierno de frente popular! ¡Realmente sorprendente! Se diría que, para España y para sus derechas, sería bueno un gobierno de izquierdas y, por tanto, se acusa a Pedro Sánchez de no haber sido capaz de asumir el programa de Unidas Podemos como propio. Ahora resulta, pues, que la política que se denuncia ­como “frente-populista” es la que España necesitaría.

Realmente, sorprendente. Y, como mínimo, incoherente. Ciertamente, el panorama no es bueno. Nos convendría estabilidad institucional; la interinidad no es buena compañera de viaje para una política de progreso. Pero el precio que pagar ¿ha de ser el de perder la centra­lidad de la acción de ­gobierno? ¿Estaba obligado Pedro Sánchez a renunciar a esta centralidad para conseguir un gobierno inestable, sin referentes europeos –al menos, referentes exitosos–? ¿Era Pedro Sánchez el único obligado al compromiso de la centralidad asociada a la estabilidad? Seguramente, las mismas voces que hoy denuncian el fracaso de la investidura señalarían como desastre para el país que el PSOE y Unidas Podemos hubiera conformado un gobierno de coalición, aceptando las exigencias de Pablo Iglesias. No sería de extrañar que un tal gobierno fuera recibido al grito de “socorro, esto es un desastre”.

La situación es complicada; pero esta constatación obliga a todos. No sólo a Pedro Sánchez. Y, en situaciones de esta complejidad, las soluciones siempre son difíciles, sofisticadas. Es aquí donde descansa la responsabilidad de los protagonistas políticos, a los que se pide una cierta capacidad de velar por el interés general más allá del corto plazo partidista. Es decir, no se puede aprovechar la complejidad para imponer lo que las urnas han rechazado, ni se puede bloquear la única salida que las urnas han decidido. Todos lo deberían aceptar. Dicen que en el Parlamento británico nadie pretende ganar una votación por ausencias no voluntarias de algunos diputados de la mayoría. Sería, se dice, una falta de respeto a lo que los ciudadanos decidieron votando. Aquí, también se votó; y el resultado permite lo que permite. ¿Lo saben todos? No lo parece.
La interinidad se alarga. Todo el mundo acepta que esto no es bueno, pero no parece que nadie esté dispuesto a renunciar a sacar provecho. Lo que se busca es atribuir al otro la responsabilidad de la situación, sin querer aceptar que esta responsabilidad es de todos. Y cuando lleguen nuevas elecciones se dirá a los electores que todo es, en cierta forma, culpa suya. ¡Si votaran diferente! Después, algunos se extrañan del desgaste de la acción política; de la crítica ­generalizada sobre el comportamiento partidista. Los ciudadanos están acostumbrados a pactar cada día para convivir en libertad. ¿Por qué la política no lo quiere hacer?

La investidura no ha fracasado. Ha sido, una vez más, la política la que lo ha hecho. Y no sería tan difícil arreglarlo. Es un problema de voluntad. Y de responsabilidad. Aún estamos a tiempo. ¡Ojalá las vacaciones ayuden a una reflexión más serena y menos visceral!

(La Vanguardia)