«Respirando fuego», de Karlos Zurutuza y David Meseguer, es una crónica periodística escrita a cuatro manos por los colaboradores de GARA desde la retaguardia y el respeto más profundo a un pueblo atrapado en el drama de Oriente Medio pero que se ha convertido en su única esperanza para el futuro de la región
El Soto de la Biblioteca Municipal de Donostia acogió en la tarde-noche del jueves la presentación de «Respirando fuego», una crónica periodística escrita a cuatro manos por Karlos Zurutuza y David Meseguer, colaboradores habituales ambos de GARA. Aunque, como se recoge al final del libro y recordó Zurutuza, «en todos estos años, nunca hemos coincidido en el mismo lugar o en el mismo momento en Kurdistán». Toda una paradoja «pero que a la vez resulta enriquecedora».
Publicada por Ediciones Península, la presentación de esta crónica de crónicas escrita, como reza el subtítulo, «En las entrañas de la lucha kurda por la supervivencia», se convirtió en un interesante coloquio en formato asambleario coordinado por Kaxilda, lo que confirma que estamos ante algo más que una librería alternativa–restaurante ecológico en el barrio de Amara Zaharra.
La «asamblea» devino, no es contradicción –aunque lo parezca–, una lección «magistral» de la mano de Meseguer y Zurutuza. Y es que, al hablar de la lucha del pueblo kurdo, del que los cronistas valenciano y donostiarra se han convertido en voz y en una suerte de embajadores, dibujaron el panorama complejo y visceral, brutal y a la vez humano, de Oriente Medio, región en la que los kurdos se han convertido en faro. En una esperanza que propone una articulación democrática de sus actuales estados, alejada de dogmatismos religiosos, respetuosa para con la mujer y que propone, no ya disolver las actuales fronteras, sino integrar en ellas a los distintos pueblos que componen el mosaico que vive, sufre y muere en el área más caliente (fuego) de la actualidad internacional.
- Actualidad y retaguardia.
Zurutuza y Meseguer aportaron claves para entender los flecos de esta actualidad: el papel de la lucha armada en el conflicto de los distintos estados con los kurdos, la influencia de la figura de Abdullah Oçalan desde la isla prisión de Imrali, la idea del confederalismo democrático, la derrota estrepitosa de Erdogan en Estambul y sus consecuencias, la guerra en Siria y las luchas cruzadas entre las distintas potencias, regionales e internacionales… Pero, más allá, tocaba presentar una crónica –de crónicas– periodística escrita desde la retaguardia, las más de las veces lejos del frente de guerra, ese que, como ambos criticaron, es el único que interesa a la práctica totalidad de los medios, con «honrosas excepciones», lo repitieron varias veces Meseguer y Zurutuza , como la del diario GARA.
Porque es cierto que nuestros lectores, y los de NAIZ, han tenido la suerte desde hace años de conocer algunas de las historias que aparecen en el libro. Pero «Respirando fuego» es mucho más. Su articulación en ejes (norte, sur este y oeste de Kurdistán) confiere un orden que explica, en el sentido de que facilita, la comprensión de una realidad con tantas aristas como la que les –nos– ocupa, y el descenso a los testimonios, al detalle, a la anécdota, hace que las historias se lleguen a oler, con sus aromas y sus humores, todos ellos tan humanos. Y, a medida de que devoramos sus páginas, nos damos cuenta de que es esa anécdota la que mejor acaba explicando problemas tan complejos.
Y permite entender por qué ambos han optado por trabajar en la retaguardia de esa guerra, que es precisamente la vanguardia de la lucha de un pueblo en el que, como recordó Zurutuza, sus guerrilleras y sus guerrilleros en las montañas siempre se niegan a mostrar y dejan a un lado las armas cuando son fotografiados.
Retaguardia-refugio a la que, respondiendo a la pregunta de Dario Malventi, de Kaxilda, Zurutuza accede, puso de ejemplo, compartiendo el mismo transporte público que utilizan los lugareños –«te ven como uno más»–, y que, en el caso de Meseguer, tiene que ver incluso con la geografía. «Yo soy de un pueblo del Mediterráneo y me siento en muchas cosas más parecido a ellos que, por ejemplo, a un sueco».
A un pueblo y a una obra que Zurutuza resumió en la figura de un traumatizado adolescente kurdo de 14 años que trabajaba con su padre embalsamando cuerpos, los más destrozados por la guerra, en Serekaniye, y que insistía en que quería ser soldado de mayor. Cuatro años después, el autor le volvió a ver y su afán era ya ir la universidad (kurda), donde actualmente está estudiando.
Un pueblo, y acabamos con Meseguer, en el que el periodista conoció a un profesor de inglés que tenía una academia con cientos de alumnos que años después tuvo que huir de la invasión turca a comienzos de 2018 y que, ya desplazado, solo podía ofrecer a su huésped para desayunar aceite de girasol cuando tenía y cultivaba cientos de olivos en su valle natal.
Historias como estas que convierten a la retaguardia en vanguardia, que hacen que el libro más esclarecedor tenga formato de crónica y que sea presentado oficialmente de forma asamblearia. El mejor tributo al pueblo kurdo y a su lucha por sobrevivir.
(Dabid Lazkanoiturburu, Gara)