Entrevista con Isabel Zapata. Escritura, enfermedad y muerte: palabras para tocar al mundo

Nacida en Ciudad de México en 1984, Isabel Zapata estudió Ciencia Política y Filosofía, es cofundadora de Ediciones Antílope y el año pasado publicó el volumen 'Las noches son así'. En los ensayos reunidos en el volumen 'Alberca vacía / Empty pool' (Argonáutica / UANL, traducción de Robin Myers, 2019), la autora realiza un cabal ejercicio introspectivo. En esta charla abunda sobre la muerte, la escritura y la ausencia
- ¿Cómo formulaste las tres preguntas esenciales —“¿No es extraño que las cosas sobrevivan a sus dueños?”, “¿Qué se hace con la colección de diarios que contiene la vida de tu madre muerta?”, “¿Cómo contar una historia de la que sólo conoces el final”— expuestas en el ensayo inaugural “Mi madre vive aquí”?

– Esas preguntas, naturalmente, no tienen respuesta. Son maneras en las que he intentado acercarme al núcleo de ciertas ausencias que están todo el tiempo presentes –¿no es eso el duelo, tener una ausencia siempre presente? He ahí otra pregunta sin respuesta. En ese sentido, más allá del ensayo que mencionas, el libro entero es un intento por contestar esas preguntas, por contar esa historia incontable.

– ¿Por qué en el libro las albercas son escenarios de sucesos terribles y a la vez un subterfugio literario, como se lee en el ensayo “Maneras de desaparecer”: “Me quedé mirando la alberca largo rato sin acercarme. Ella estaba abandonada. Yo vacía”?

– Las albercas vacías siempre me han provocado nostalgia. Son espacios ontológicamente fallidos, por decirlo de algún modo: lugares incapaces de funcionar para lo que fueron pensados originalmente. Quizás es eso lo que las hace terribles, pero también encantadoras: a diferencia de una alberca llena, detrás de una alberca vacía siempre hay una historia, algo que salió mal. En “Burnt Norton”, el maravilloso primer cuarteto de Eliot, aparece una alberca –un estanque, en la traducción de Pacheco– que se vacía con el paso de una nube –es decir, del tiempo. Esa imagen hermosísima nos recuerda que una alberca vacía tuvo días mejores: una sensación con la que todas y todos podemos conectar en algún nivel.

– ¿De qué manera vinculas muerte y literatura, enfermedad y literatura: “la isla de la metástasis”, “Todo marcado por la enfermedad de sus dueños anteriores, con tumores en los pulmones y en el páncreas: quiero conservar estos objetos, pero no quiero volverlos a ver”, “Leer los libros que mamá anotó es hablar con ella, y la conversación es una forma del amor. Así fue como vencimos a la muerte”?

– No sería capaz de responder cómo se vinculan estas dos ideas en general, pero más o menos sé qué puentes se han tendido entre una y otra para mí, que he pasado largos períodos de mi vida rodeada de gente enferma. Las transformaciones de las células son también mutaciones del lenguaje, porque es a través del lenguaje que nos relacionamos con lo que nos rodea. Tocamos al mundo con el cuerpo, sí, pero también con las palabras. En mi caso, la enfermedad de personas cercanas y muy amadas me ha hecho recurrir a la literatura en busca de maneras de resistir el atropello tan violento del tiempo. Siempre sentí esos procesos de decadencia y muerte como algo injusto y extraordinario, cosas que por supuesto no son: que la gente se enferme y muera es la cosa más común del mundo, más generalizada. Pero a la vez es algo radicalmente íntimo, ¿cierto? Esa aparente contradicción me ha hecho recurrir a los libros, con la esperanza de poder abarcar esa experiencia, acomodarla a partir de ellos.

– ¿En qué momento decidiste reflexionar sobre la ausencia, que recorre Alberca vacía?

– Todo empezó, de hecho, con una alberca vacía. Cuando mi padre murió y desmontamos su casa, nos topamos con el problema de una alberca que era demasiado caro mantener llena. Decidimos vaciarla y esa imagen fue muy significativa para mí simbólicamente, un poco por lo que te decía antes: se convirtió en un recordatorio constante de otra vida. A partir de entonces volví con frecuencia a esa alberca en mi imaginación y comencé a considerarla una especie de ruina, pero no necesariamente para mal: más bien como unos cimientos para construir cosas nuevas. Pensaba a menudo en las cosas que los paisajes conservan y las que no conservan, y este libro Alberca vacía es en parte resultado de eso.

– ¿Crees que la literatura permite “la posesión imaginaria de un pasado irreal”, tal como escribiste sobre Susan Sontag y la imagen en “Contra la fotografía”?

– Totalmente. Me interesan los mecanismos que usamos para formar una narrativa propia. En ese ensayo que mencionas hablo de la fotografía, pero creo que también la literatura puede entrar en esa categoría de trampas, porque a partir de ella construimos recuerdos que no necesariamente son los más fieles a la realidad, pero son los que mejor nos acomodan.

(Alejandro García Abreu, La Jornada Semanal, La Jornada)