Baile hormonal (Maricel Chavarría)

A las señoras también nos apetecería en un momento dado dejarnos llevar por la bilirrubina y meter mano al guapo mancebo que acaba de incorporarse a nuestro lugar de trabajo. Nos apetecería sentir que el mundo nos es ofrecido y tener la certeza de que nadie se atreverá a tosernos ni a afearnos una conducta inapropiada derivada de nuestro particular baile hormonal. Y el principal motivo por el que no lo hacemos, ahora que en muchos aspectos hemos dado pasos hacia la igualdad, no tiene nada que ver con la libido más o menos urgente de las mujeres, sino probablemente con el hecho de que hemos estado al otro lado y sabemos lo que se siente. Y no tiene nada de divertido.

Algunas señoras practican esa libertad de movimientos, sí. Y suelen ser señoras con poder. En todo caso, el poder ha estado –y sigue estando– en manos de hombres. Y de hombres que tiempo atrás practicaban con alegría de vivir el ligue unidireccional, ese ligue en el que el interés o desinterés de la presa por su cazador es lo de menos. La sociedad los había educado así. Qué se le va a hacer. Pero resulta llamativo que hoy esos hombres sean incapaces de entonar un mea culpa ­sanador que contribuya a la evolución social. Por el contrario, que sólo tiendan a excusar aquellas veleidades argumentando, no sin razón, que eran otros tiempos, otros códigos de conducta.

Sea como sea, lo que está en ciernes aquí y ahora, en la era del #MeToo, es la voluntad de esos hombres –y de algunas mujeres– de ponerse en los zapatos de quienes soportaron ese tipo de acoso. Por mucho que hayan sido educados según códigos caducos de supremacía sexual y de género, sería bueno que fueran capaces de preguntarse qué interés pueden tener las mujeres de este mundo –así en genérico– en inventarse malas experiencias del pasado y explicar esas falsedades a los medios de comunicación, incluso colectivamente. O qué interés podrían tener en exponerse a la exigencia de pruebas en casos siempre difíciles de demostrar.
Precisamente de esta carencia de pruebas se ha seguido alimentando el patriarcado para perpetuar la relación de poder y seguir disponiendo sexualmente de las mujeres o de hombres, dado el caso. El #MeToo ha tenido por virtud que personas que sí son capaces de ponerse en la piel de las víctimas de ese acoso turbio puedan expresar un simple “yo sí te creo” y ejercer una responsabilidad que hasta ahora nadie reclamaba. No se trata de puritanismos ni de arruinar la carrera de nadie, sino de acabar con ese tipo de suplicios.

(La Vanguardia)