Si alguien decide abrir la puerta del universo literario de Thomas Pynchon, será bajo su propio riesgo
Más que un aviso, es una prevención: no aconsejo este libro. De hecho, no me lo aconsejo ni a mí misma, porque he entrado y salido tantas veces de él, y en todas ellas con tal embrollo emotivo, que aún soy incapaz de saber si aborrezco El arco iris de gravedad, definitivamente derrotada ante su caos, o caigo rendida a sus pies, finalmente seducida por el orgasmo cósmico de sus mil cien páginas.
Puede que sea lo uno y lo otro a la vez, porque ese es el efecto de locura y catarsis que causa el universo literario de Thomas Ruggles Pynchon, el hombre invisible del que nadie conoce fotos, más allá de sus tiempos en Cornell, cuando asistía a las clases de Nabokov, o de su paso por la fuerza aérea norteamericana. Sin duda, a su lado, el huraño Salinger parece miss Simpatía. La etiqueta clásica lo considera el escritor posmoderno por antonomasia y nadie duda que es uno de los más grandes de su siglo, y de todos los siglos, en eterno preámbulo del Nobel. Pero siempre será un autor tan complejo, caótico, caprichoso, demencial y genial, que deja a Joyce como lectura de primaria.
Personalmente, no he leído ningún libro tan correoso y obtuso como este arco iris que danza por nuestra mente con sus enloquecidos personajes y sus atribuladas historias, atrapados en el delirio paranoico obsesivo de su autor. Es como entrar en el laberinto del rey Minos, sin el hilo de Ariadna, a riesgo de ser devorados por el Minotauro.
Sin embargo, si hay coraje, capacidad de riesgo, y tiempo para perderse en una aventura literaria sin concesiones, ahí está este libro monumental, excesivo, histérico e indiscutiblemente extraordinario, después de cuya lectura nada es lo mismo. Queda, pues, dicho, si alguien decide abrir la puerta del universo Pynchon, será bajo su propio riesgo, porque es seguro que aconsejar este libro significa perder amigos. En cualquier caso, para los valientes es aconsejable buscar algunas guías de lectura que corren por la red, porque hacer el ascenso a sus cumbres alucinógenas sin crampones y piolets es una enorme temeridad.
Servidora la cometió, y aún está perdida.
Para desentrañar un poco la madeja, algunas explicaciones básicas.
Primero, no hay trama lineal, ni personajes centrales, ni historias concretas, sino miles de historias, decenas de personajes delirantes, y muchas tramas superpuestas que recorren una idea inicial: en el Londres bajo las bombas, el capitán Pirate Prentice, integrante de un grupo de paranormales al servicio aliado, y refugiado en un hotel con sus hombres, resiste a los nazis comiendo bananas que cultiva en el tejado, mientras vigila a su arma secreta, un tipo llamado Tyrone Slothrop, que, después de sufrir experimentos con el profesor pavloviano Laszlo Jamf, posee un pene que se pone erecto cada vez que un misil alemán V-2 se acerca, porque su cuerpo se excita sobremanera con el Impolex G, el aislante del cohete. Y así, antes de la caída del misil, Slothrop disfruta de una monumental erección que previene la explosión. Algo así como la defensa de un misil sexual ante la omnisciencia de un misil bélico. Como Hitler está muy puesto en bombardear Londres, el pobre Slothrop sufre un permanente priapismo que le causa más dolores que orgasmos, y así se inicia la aventura. La frase con la que se abren el millar de páginas parece del Génesis, “llega un grito a través del cielo”, y aunque sabemos que es Chelsea en el 44, bien podría tratarse del apocalipsis de cualquier guerra, en cualquier lugar y tiempo.
A partir de aquí, el delirio en forma de saltos espaciotemporales, mezcla de realidad y alucinación y una cantidad de personajes e historias sorprendentes, como el pulpo Grigori, que recibe formación militar; la bombilla revolucionaria Byron, que se siente perseguida; el descomunal adenoide linfático que lo devora todo a su paso y vive en la cabeza de lord Blatherard Osmo, o el Schwarzkommando, el grupo de negros hereros que quiere lanzar un último cohete en la Alemania vencida, con el joven Gottfried (esclavo sexual del pervertido comandante de las SS Blicero, responsable de los V-2) vestido con el plástico Impolex. Todo en permanente viaje alucinógeno con desenfrenado sexo, sátira despiadada y apabullante maestría literaria. Perdidas en las marañas de los personajes y de sus historias, las obsesiones de Pynchon: la paranoia, ingrediente fundamental de la literatura; el control del individuo por parte del sistema, al que hay que combatir con sexo, drogas y contracultura; el instinto destructivo de la guerra y el horror de la bomba atómica; y en el resumen final, la lucha por la libertad individual, que Pynchon eleva a la categoría de gran epopeya humana.
El arco iris de gravedad es una novela única en la historia de la literatura, quizás sólo equiparable al Ulises de Joyce. Puede que su lectura sea una subida al Everest en plena tormenta de invierno, y que pocos lleguen a la cima. Y nada asegura que en la cima no haya niebla.
Pero incluso con su enorme dificultad, es una lectura que nos reinventa como lectores y nos sacude como seres humanos. Es antipática y grandiosa, desmesurada y fascinante, aborrecible y seductora. La antinovela o quizás la novela total.
(La Vanguardia)