Los pijos viven aterorrizados por la posibilidad de que su riqueza les impida entrar al reino de los cielos. Siempre tienen presente que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que bla, bla, bla. Ahora bien, si este miedo fuera un poco más consistente, se desprenderían de las posesiones y, como san Francisco y santa Clara de Asís, harían voto de absoluta pobreza. Pero no, prefieren retener botín ( "Virgencita, que me quede como estoy") e ir haciendo y deshaciendo como siempre. Fían la salvación eterna a la oración, y aquí (en el jardín del chalé, en la pista del club, en el palco del teatro) paz y después gloria.
La caridad -cristiana, claro- está a la orden del día y no es raro que un sábado por la tarde alguien de la noble familia que nos ocupa se excuse tras el café y el puro (que no perdona) para ir a cumplir con la ineludible y reconfortante acción católica como voluntario en un albergue del casco antiguo.
Los ejercicios espirituales en forma de peregrinación a Medjugorje o de hospitalidad a Lourdes también funcionan. Ahora se han puesto de moda los refugios de Emaús, donde las almas pijas encuentran consuelo a la desazón que les provoca su comodísimo destino gracias a jóvenes sacerdotes de alzacuellos preconciliar que les garantizan con voz melosa que Dios les tendrá en cuenta y que son buenísimas personas. Los más temerosos optan porque su influencia y finanzas las gestione directamente el Opus Dei, que se encarga de organizarles todo, igual que hacen los agentes con las estrellas de Hollywood.
Muchos cachorros pijos, antes de ingresar en la universidad o en los primeros cursos, ocupan uno de los dos meses de verano (el otro en Menorca) yendo a África a construir con sus propias manos una escuela. Cuando vuelven lo hacen renovados y te lo explican con detalle mientras la criada sirve en cubierta una ensalada de pasta ("Porque mira, yo a Samira le pido que para el picnic del barco no se complique, que haga cosas de verano, tortillas de patata, gazpacho, ensaladas de arroz o pasta, lo típico que a todo el mundo le gusta, no hace falta liarse con experimentos. Le digo: «Samira, ¡que estamos de vacaciones!» ¿Te ha CONTADO ya Puco su super viaje a África con los negritos necesitados? Ha vuelto más hombre, ¿no te parece?, con la mirada más limpia ".)
Cuando llega septiembre es habitual cruzarse con alguna niña bien en plaza Francesc Macià (ella todavía la llama 'Calvo Sotelo') y que, tras el MUAC-MUAC y el "Qué morena estás, puñetera" de rigor, a la pregunta "¿Qué tal el verano? ¿Has estado en Cadaqués?" ella conteste:" Bua, brutal, he estado en la India en un 'viaje' que organizaba 'el padre' Ángel. Al principio dudaba porque a mí me encanta Cadaqués, nos encontramos todos en la torre y viene Ricky con las niñas de Londres y el barco y tal... Pero mira, al final mamá insistió y como yo estaba Pochita por aquello del Jaime 'me vai animar'. Vuelvo como nueva, he aprendido un montón. En estos lugares te encuentras a ti misma, y entiendes lo privilegiada que eres, ¿verdad? Ahora tengo otras prioridades. Si tienes la oportunidad, tienes que ir, te lo digo".
Después, la renovada niña bien añade que esa gente (se refiere a los indios, claramente) tienen "una paz interior, una tranquilidad y una alegría de vivir espectaculares", y añade "sin tener nada". Constatar este hecho, que no tienen nada pero están estupendamente, hace que al volver no se plantee hacer nada para ayudarles pero sí algo para ayudarse, una vez más, a ella misma. La niña bien quiere descubrir cuál es la fórmula de la tranquilidad tercermundista y cómo se puede aplicar a su caso: sería la pera encajar la paz interior de aquellos desgraciados con su brillante 'modus vivendi', ¿verdad? Según ella, la experiencia la ha cambiado "profundamente" (lo dice dos veces para que te quede claro), y debe tener razón que el cambio es profundo porque en la superficie dirías que sigue siendo la misma: la misma que hace sonar las pulseritas de oro moviendo levemente sus finísimas muñecas, la misma que sigue aireando la cabellera peinada en Víctor Toro y la misma que lleva la vida atribulada de siempre. "Te dejo, cariño, que tengo que ir al abogado a firmar algo que me ha pedido papá y luego a encargar unas telas en Gancedo. Bye, MUAC. ¿Nos vemos en el Polo? Yo hace que no voy tres meses ... Claro, con el verano de por medio, imposible".
(Ara)