‘La vidente del Capitolio’ vaticinó una tercera guerra mundial en 1958 o que los rusos llegarían a la Luna antes que EE.UU.
Se llamaba Jeane Dixon y nació en 1904. Era Capricornio. Cuando tenía ocho años, una gitana le leyó la palma de la mano. Le dijo que tenía un don para la profecía, que se haría famosísima, y le regaló una bola de cristal para practicar sus capacidades premonitorias, convenientemente estimuladas por su madre hasta que se casó y se mudó a Washington. De orientar las inversiones de su marido y las vidas de sus vecinos, Dixon pronto pasaría a asesorar al país.
El asesinato de John F. Kennedy le dio fama nacional. En 1956 había declarado a una revista que en 1960 un demócrata sería elegido presidente y que moriría durante su mandato. En su posterior biografía, Dixon enriqueció los detalles originales de su profecía, que hoy la habría convertido en instagramer, youtuber e influencer. Se trabajó su fama a fondo. Publicó siete libros, entre ellos un horóscopo para perros, y durante años firmó una columna de astrología que salía en diarios de todo el país.
No consta que, como ella decía, se viera con Franklin D. Roosevelt en la Casa Blanca, pero en unas cintas se la oye hablar con Richard Nixon (era amiga de su secretaria), y Nancy Reagan usó sus servicios hasta que concluyó que había perdido facultades y se pasó a la competencia (Dixon no vaticinó la reelección de su marido, que era lo mismo que no apoyarla). Tenía visiones todo el tiempo. Muchas eran tremendamente vagas y fáciles de reivindicar. Otras, muy concretas, como que en 1958 estallaría la tercera guerra mundial, que los rusos llegarían a la Luna antes que EE.UU., que un descendiente de Nefertiti llegaría al poder para unir al planeta o que George Bush padre sería reelegido.
¿Cómo pudo la vidente del Capitolio –así se la llamaba– sobrevivir a tanto patinazo? En 1991, el matemático John Allen Paulos describió un fenómeno al que llamó el efecto Jeane Dixon: “La tendencia que todos tenemos a ver en las coincidencias más significado del que realmente tienen. Olvidamos todas las premoniciones que no predijeron el futuro y recordamos al detalle las que parecían hacerlo”.
Joseph Rodota ha escrito una divertida obra de teatro sobre el caso. Hace poco la presentó en Washington, con Helen Hedman en el papel de Dixon. Termina con la astróloga indignada al enterarse de que un académico de tres al cuarto había ridiculizado su trabajo, su personaje, su vida. ¿Cómo podía decir algo así, con la felicidad que sus predicciones habían dado a tanta gente?, se pregunta fuera de sí mientras relee cartas de sus fans. ¡Cuánta ingratitud! Dixon murió en 1997. Su bola de cristal y otras posesiones salieron a subasta en el 2009. Pese al tiempo transcurrido, fue un absoluto éxito. “Vivimos en una cultura en la que todo gira en torno a la fama”, dijo la directora de la venta. Quizás, de algún modo, Dixon, con su propia existencia, anticipó el futuro. Al fin y al cabo, como en un momento dado Dixon/Hedman plantea al público: “¿Cuál es la diferencia entre un tuit y un horóscopo? Pues que uno es un simple puñado de mentiras y el otro... es un horóscopo”.
(La Vanguardia)